tag:blogger.com,1999:blog-70745348074959382932024-02-08T04:15:13.646-08:00LOS CUENTOS DE HELICONIACuentos de más de 2001 palabras. En PROBATIONOguihttp://www.blogger.com/profile/14602607595341560184noreply@blogger.comBlogger4125tag:blogger.com,1999:blog-7074534807495938293.post-90952137802834737412013-02-17T16:46:00.004-08:002013-02-17T16:46:58.196-08:00Fritz (Un cuento de hadas) - Daniel Frini<div style="text-align: justify;">
¿Conocen La Cumbrecita? </div>
<div style="text-align: justify;">
Está bien ¿porqué iban a conocerla? Es una villa turística —y cito la página web; que, por cierto, muestra unas hermosas fotografías— ubicada en el Valle de Calamuchita, en la vertiente oriental de las Sierras Grandes y a unos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Está enclavada entre los cerros, en un pequeño valle con forma de anfiteatro que le confiere un clima especial, a unos cuarenta kilómetros de Villa General Belgrano (Sí, sí: la misma de la Oktoberfest). Es un pueblo en el que no se permite la circulación de vehículos, no hay bancos y se respira paz a pulmones llenos. Fue poblada por alemanes llegados después de la Guerra, que le dieron un sesgo centroeuropeo a todas las construcciones. Una villa de los Alpes austríacos en plenas sierras de Córdoba. </div>
<div style="text-align: justify;">
Allá por fines de los setenta y principios de los ochenta compitió seriamente en mi escala de valores por ser mi lugar en el mundo. Solía pensar que, después de mi muerte y de que me cremaran, me gustaría que el viento llevase mis cenizas para esa tierra que amaba. Hoy ya no. Ahora es demasiado «turística». No es que reniegue de eso que, al fin y al cabo, es una grata manera de ganarse la vida; pero a mi me gustaba aquella de hace más de treinta años, más ignota, más silvestre, más a mi medida. </div>
<div style="text-align: justify;">
Acostumbrábamos a pasar allí algunos días de los veranos, en carpa y en plan de mochileros, de este lado del Río del Medio, a metros del puente de madera, entre espinillos y piedras del tamaño de un camión, sin ningún servicio a la vista; pero inmensamente felices. Ahora, allí hay una oficina de informes y una gran playa de estacionamiento, donde dejar los autos antes de entrar caminando al poblado. Siempre fue un placer caminar por esos añejos bosques de pinos donde era muy probable que no entrase nadie, salvo animales, desde hacía una década. Solíamos ir a caballo hasta el Vallecito del Abedul o hasta el Peñón del Águila e incluso nos topamos con un campo nudista camino de las Casas Viejas; en plenos años de fuego, aún antes de la Guerra, cuando solo por decir «culo» en público podías dormir una o dos noches a la sombra. </div>
<div style="text-align: justify;">
Hay una excursión que yo disfrutaba especialmente: después de cruzar el puente, se sube a pie por la calle principal, pasando frente a Edelweiss y a la cabaña de Am Hang, hasta la Plaza del Ajedrez. En lugar de continuar por el camino (a izquierda o derecha) se sigue al frente, cruzando el bosque, pasando por el pie del pequeño cerro donde está la Capilla, hasta cerca de la Olla del arroyo Almbach. Desde allí, tomando a la izquierda, corriente arriba, por una vereda de unos cincuenta centímetros de ancho, la montaña a un lado y del otro un barranco de más de diez metros, con el arroyo cristalino al fondo, se llega al pie de la Cascada Grande, después de una hora y media de caminata. </div>
<div style="text-align: justify;">
La primera vez que hice ese recorrido era un día gris y muy fresco de mediados de otoño, con las nubes bajas, casi una niebla, y la humedad condensándose en las ramas de los pinos. Cerca del final del camino encontré una fina llovizna (a mitades iguales caída desde las nubes y proveniente del golpe del agua contra las piedras de la base de la cascada) que mojaba y resaltaba toda la vegetación del pequeño paisaje, incluso los grandes helechos que acariciaban mi cara al pasar. Las cumbres de las altas paredes de piedra se perdían en las nubes, lo que hacía que pareciesen infinitamente altas. Debo haberme quedado sentado en las piedras, con los pies en el agua fría, más de una hora, acunado por el sonido sordo del agua. Pero no fue esa vez cuando vi lo que quiero contarles. </div>
<div style="text-align: justify;">
Toda esta larga introducción es para situarlos en la geografía donde, unos tres o cuatro años más tarde, otro día también de otoño y bien temprano en la mañana (me habían dicho que era el mejor momento para ver las mismas paredes que enmarcan la Cascada, pero ahora doradas con ese primer sol algo lánguido que suele darse en abril), encontré a Fritz. </div>
<div style="text-align: justify;">
Debo decirles que este no era ―o es, no lo sé— el nombre real; el que, por otra parte, nunca supe. Las cosas ocurrieron de la siguiente manera: a lo largo de la cornisa en que se convierten los últimos cien o doscientos metros de camino, hay innumerables manantiales que salen de la montaña, cruzan la vereda por la que se va caminando y resbalan hasta el cauce de agua, allá abajo. Los hay pequeños, casi gotas, y los hay más copiosos. Algunos son más constantes y otros aparecen y desaparecen según les venga en gana. Uno en particular, mediano, entorpece levemente el paso entre dos piedras, por lo que se debe andar con algo más de cuidado para no resbalar en el verdín que cubre el camino. Estaba cruzando esa vertiente y mirando al suelo para no errar la pisada, mientras me aferraba a alguna rama; cuando algo pasó, casi un fantasma, frente a mis ojos. Crucé y, más afirmado, giré para ver qué me había molestado. No vi nada. Avancé unos diez metros y algo me rozó la mejilla. Esta vez sí. Lo descubrí un poco más arriba de mis ojos, a no más de un metro de distancia, flotando sobre el precipicio. </div>
<div style="text-align: justify;">
La forma más sencilla de hacerme entender, es decir que vi un hada. Algo del estilo de la Campanita de Peter Pan, pero de unos treinta centímetros de alto. Sus alas desplegadas medían más o menos tanto como su altura y estaban ajadas, amarillentas y rotas (lo vi más tarde) pero las agitaba vigorosamente para mantenerse en el aire. </div>
<div style="text-align: justify;">
No era un gnomo puesto que tenía alas. No era un ángel porque su tamaño era de más o menos un sexto del que imagino deben tener (la de una persona normal si nos atenemos a las convenciones, y nos olvidamos que en la Bizancio del siglo XV discutían sobre su tamaño y cuántos entraban en la cabeza de un alfiler). No era, según he consultado en tantos libros desde entonces, ni un elfo, ni un troll, ni un duende, y tampoco un querubín. </div>
<div style="text-align: justify;">
Siempre supuse que las hadas eran de género femenino. Podían ser pequeñas o grandes, tener o no tener alas, ser buenas o malas; pero mujeres. Incluso lo son en las fotografías —trucadas o no― que tomara Sir Arthur Wright en Cottingley. Ahora bien, lo extraño es que este hada era un hombre. ¿Cómo lo llamarían ustedes? ¿hada macho? ¿hado? A falta de mayores datos e influenciado por el ambiente germánico que me rodeaba, lo llamé Fritz. </div>
<div style="text-align: justify;">
Su cabeza era grande, desproporcionada para su cuerpo y pelada, con sólo algunos mechones canosos y descuidados sobre las orejas sucias. No tenía ninguna prenda que cubriese su torso, era panzón y su pecho tenía manchas de pelo blanco que asemejaban islotes. Su única prenda era un pantalón de una tela que supongo marrón, muy vieja y muy sucia, con las rodillas rotas, las botamangas desflecadas y una más larga que la otra, sin botones en la bragueta y sostenido en la cintura por una soga atada al frente por un nudo común. Sus brazos no hubieran podido rodear su talle y eran flácidos, sus manos eran grandes aunque de dedos cortos y gruesos, con uñas negras y partidas, que llevaban años sin ser cortadas. Tenía barba y bigote ralos (algo así como alguien que no se afeita desde hace una semana); labios gruesos y pálidos, con lunares oscuros; nariz chata y roja, cejas muy pobladas y ojos grises y apagados que lo hacían muy viejo. </div>
<div style="text-align: justify;">
Después me llegó su olor: una mezcla repulsiva de alcohol, transpiración y suciedad de un siglo sin bañarse. </div>
<div style="text-align: justify;">
En la mano izquierda tenía una lata abollada de cerveza Löwenbräu, celeste y con su leoncito rampante blanco sobre fondo azul, vacía. </div>
<div style="text-align: justify;">
Emitía unos chillidos apagados y continuos que se parecían más a un silbido inconexo que a un lenguaje y me apuntaba, insistentemente, con la lata de cerveza, extendiendo y contrayendo su brazo en un movimiento que primero me pareció provocador, pero luego entendí: </div>
<div style="text-align: justify;">
―¿Querés otra? —le dije, y me respondió con lo único que en esa y todas las veces que nos vimos después se pareció a un fonema con significado emitido por él de manera conciente, y que yo entendí como un «si»: Un estruendoso, grave y prolongado eructo. </div>
<div style="text-align: justify;">
Dándose por comprendido, desapareció entre los árboles en un segundo. En un instante estaba allí, al siguiente no estaba más; y solo se agitaron dos o tres hojas de un helecho detrás del cual se fue volando. </div>
<div style="text-align: justify;">
Desanduve el camino hasta la proveeduría del Rancho Grande donde compré dos latas de Heineken, la última Löwenbräu que quedaba y un porrón de Budweiser. Volví a la cascada, pero no lo encontré. Dejé las cervezas ocultas debajo de una mata de frutillas silvestres, en la suposición de que estaba observándome, y para evitar que las viese algún transeúnte durante el día. Volví a nuestra carpa, y no dije nada. </div>
<div style="text-align: justify;">
A la mañana siguiente, emprendí otra vez el camino a la Cascada, llevando otra provisión, por las dudas. En la mata de frutillas encontré las latas vacías, pero la botella intacta. Bajé los últimos metros hasta la olla que formaba la cascada, y allí lo vi, acostado boca arriba sobre una piedra seca, las alas extendidas y las manos cruzadas sobre el estómago. Me acerqué despacio y escuché nuevamente su chillido apagado, que esta vez era su ronquido. Quizá algún ruido o tal vez algún sexto sentido lo despertó y se incorporó asustado. Primero me reconoció, y luego vio las latas que llevaba. Se acostó nuevamente y otra vez cerró sus ojos. Parecía estar en paz. </div>
<div style="text-align: justify;">
—¿Estás bien? —le pregunté. Un breve eructo, conciso, fue su «si». Luego se quedó en silencio. </div>
<div style="text-align: justify;">
—Día fresco ¿no? —insistí, tratando de iniciar algún tipo de charla. Nuevo eructo de su parte. En las horas siguientes, le pregunté su nombre, de dónde era, cómo había llegado hasta allí y un sinfín de interrogantes. Nunca pude enterarme de nada; y no es porque no me respondiese, si no porque nunca pude entenderle. Hasta traté de hacer las preguntas de manera tal que pudiese responderme con su «si», pero no avanzamos mucho. Doy un ejemplo: le preguntaba «¿naciste en un bosque?», con la idea de que se quedase callado (un «no») o eructase (un «si»), pero parece que cuestiones de ese tipo removían algún viejo recuerdo, y comenzaba a chillar y volar agitadamente de izquierda a derecha y de arriba abajo. Al cabo de los días, dejé de interesarme por tales cuestiones, le llevaba su cerveza y nos quedábamos sentados quietos, cada uno sumido en sus pensamientos durante una hora o dos. Algunas veces por un excursionista que llegaba o bien por considerar que el tiempo «de visita» estaba cumplido, levantaba vuelo y se esfumaba tras aquel fresno, la rosa mosqueta o las piedras del costado del camino. </div>
<div style="text-align: justify;">
La bebida quedaba siempre bajo la mata de frutillas, y entendí que no le gustaba beber de botellas. Creí, falsamente, que no podría abrirlas por lo cual alguna vez las destapé yo, y las cerré suavemente para que no escapase el gas, pero ni así. </div>
<div style="text-align: justify;">
¿Quién era? Nunca lo supe. ¿Porqué hombre? Tampoco. Supongo que las hadas, aún siendo personajes de fábulas y cuentos que viven muchos años, deben reproducirse de alguna manera y no me parece extraño que lo hagan de la manera tradicional. ¿Porqué su aspecto y su afición a la cerveza? Con los años elaboré una teoría. </div>
<div style="text-align: justify;">
Creo que es posible que Fritz fuera una víctima más de la Segunda Guerra, que fuese separado de su familia, que ellos estén ahora muertos y que su bosque haya desaparecido. Creo probable que en los últimos días, a punto de caer Alemania, los aliados o los rusos bombardearan sus árboles y él haya logrado escapar hasta llegar a la ciudad, esconderse, muerto de miedo con tanto ruido a muerte, en las cajas o maletas de algún soldado nazi que preparó más escrupulosamente su huída hacia estas tierras. Entonces, Fritz resultaría un polizón involuntario que, una vez arribado a las sierras de Córdoba (que, se sabe, nunca fueron invadidas por hadas), se habría encontrado solo, incapaz de entender dónde estaba y de hablar ni siquiera un poquito de alemán o español, condenado a vivir en un bosque extraño que fue primero de molles, sauces y espinillos y luego se fue poblando de abetos, pinos, robles, nogales y castaños; escapando de cuises y zorrinos, protegiéndose de la nieve en alguna vizcachera, y salvándose con su vuelo del ataque de los pumas. </div>
<div style="text-align: justify;">
Lo imaginé lleno de melancolía por un hogar y una familia desaparecidos bajo el horror de las bombas. Traté de entender la soledad y el miedo que luego se transformó en tedio y más tarde en hastío. Las noches largas de frio del invierno deben haber completado el proceso, llevándolo a la bebida. </div>
<div style="text-align: justify;">
De manera inocente, lo consideré mi secreto y no lo comenté con nadie. Pero cierta vez, el viejo Hans, desde su eterna mesa del Bar Suizo, me vio pasar camino a la Cascada con mi cargamento de cervezas. Se sonrió y me guiño un ojo. No sé si todos estaban complotados o solo algunos conocían a Fritz. Nunca, en tantos años, nadie en el pueblo me dio otra señal y a veces pienso que el viejo Hans se dirigió a alguien que en ese momento puede haber pasado detrás de mí. </div>
<div style="text-align: justify;">
Ese verano nos vimos con Fritz todos los días. Al siguiente, lo vi cuando faltaban cuatro días para irme. Creo que recién entonces me reconoció y permitió que me le acercase. El siguiente año lo vi a diario, pero apareció una señal nueva y alarmante: un carraspeo esporádico que una o dos veces se transformo en tos. Me fui sin despedirme de él, cuando papá vino a buscarme porque la abuela estaba enferma. Nunca más lo vi. </div>
<div style="text-align: justify;">
Las vacaciones próximas ya no lo encontré. Le llevé cerveza durante tres o cuatro días, pero las latas aparecieron intactas. Busqué señales en las rocas o en los troncos, pero no vi nada. Nunca me animé a preguntarle por él a nadie del pueblo, temeroso de romper algún hechizo milenario. Sin embargo, estoy escribiendo esto para acallar algún viejo fantasma de culpa por imaginarlo solo en los bosques que rodean a la cascada, pero tengo la secreta certeza de que ahora voy a romper este papel y quemarlo, antes de que lleguen mis hijos de la escuela.</div>
Daniel Frinihttp://www.blogger.com/profile/10737069957309596734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7074534807495938293.post-73342091406113387832012-10-03T07:29:00.000-07:002012-10-03T11:44:09.877-07:00Ocho minutos - Claudia Cortalezzi<div dir="ltr" style="text-align: left;" trbidi="on">
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<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¡Julio! —oyó Julio desde el baño—. ¡Vení a ver, rápido!</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Qué pasa, Celina?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Dale, apurate. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Qué es tanto grito?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio entró en el comedor, vio a su hermana de espaldas. Se
preguntó cómo había hecho para maniobrar la silla de ruedas entre los muebles y
quedar tan cerca del televisor. Los platos sucios, apoyados en el regazo de
Celina, no se movían, pero ella no paraba de agitar los brazos. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Estás en la tele, Julio. ¡Mirá!</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio se fijó entonces en la pantalla. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Sí, en la tele. Su cara, ancha y deforme, ocupaba la mitad
superior de la imagen: las arrugas de alrededor de sus ojos, que se habían ido
profundizando desde el gran cambio a esta parte, se veían aún más oscuras que
en el espejo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Viste, Julio? La gente está loca: ese tipo dice que das
clases de danza en el instituto de disciplinas modificadoras. Modificadoras de
qué, quisiera saber. ¡Qué ocurrencia!</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Es que yo… Mirá, Celi, vos no entendés. Yo… </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Estúpidos, pensar que mi hermano, un servidor de la
humanidad, limpieza y salud, es un bailarín, por favor.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Celi…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¡No lo puedo creer, Julio! Si mamá hubiese visto esto…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Mamá, pensó él. El único recuerdo que tenía de su mamá
estaba en las fotos que Celina guardaba bajo la cama. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Desde el cambió de régimen gubernamental, cuando se sometió
a los estudios médicos para el reempadronamiento, Julio había empezado a
olvidar algunas cosas. Con el tiempo únicamente retenía los hechos recientes. Y
de la época anterior, sólo le quedaba Celina. Celina y los recuerdos de Celina.
Sin ella, él sabría de sí mismo lo que le mostraban los objetos: su documento y
un certificado de trabajo con su nombre, acreditándolo como profesor de danzas
moderadoras del ánimo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Tendrías que quejarte, Julio —seguía Celina—. Yo que vos
me presento en el canal de las noticias y digo que ese “bailarín” no soy yo.
Exhibirles en la cara tu recibo de sueldo de recolector de residuos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio se quedó mirándola en silencio. ¿Y si su hermana era
la única persona que vivía fuera del sistema? Nunca sabría él si al esconderla
le había hecho un bien o un mal. Tal vez hubiera sido mejor que los
funcionarios la hubiesen “borrado” como hicieron con todos los discapacitados.
Pero él había actuado con egoísmo, pensando en no quedarse solo, y la había
protegido. Ahora era su responsabilidad. Y si algo le sucedía a él, ella
moriría de hambre, si tenía la firmeza de mantenerse adentro y no salía a la
calle para que la capturasen.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Volvió la vista hacia la pantalla. Ahora se detuvo en la
parte inferior:</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 36.0pt; margin-right: 41.5pt; margin-top: 0cm; tab-stops: 391.5pt; text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">Recordamos a los señores pobladores que la
salinidad el planeta ha llegado a su punto máximo. El uso de cualquier
sustancia que contenga sodio o potasio —por pequeña que sea— podrá desencadenar
el tan temido caos ecológico.</span></i></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 36.0pt; margin-right: 41.5pt; margin-top: 0cm; tab-stops: 391.5pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">hemos entrado en estado crítico</span></i></b></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 36.0pt; margin-right: 41.5pt; margin-top: 0cm; tab-stops: 391.5pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">hemos entrado en estado crítico</span></i></b></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 36.0pt; margin-right: 41.5pt; margin-top: 0cm; tab-stops: 391.5pt; text-align: center;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">Necesitamos de su ayuda para preservar el
planeta.</span></i></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin-bottom: .0001pt; margin-bottom: 0cm; margin-left: 36.0pt; margin-right: 41.5pt; margin-top: 0cm; tab-stops: 391.5pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">hemos entrado en estado crítico</span></i></b></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Hombre —Celina lo agarró del brazo y lo sacudió—, ¿seguís acá?
Ya sé, a cualquiera lo emocionaría verse en la tele, aunque no seas vos. Bueno,
el tipo se te parece bastante.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Ves el cartel en la parte de abajo de la pantalla, Celi?
—Julio necesitaba probar a su hermana, convencerse a sí mismo que permanecía
ajena al sistema.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Qué cartel?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Nada —dijo él. Y se agachó a besarla en la frente—. No
importa. Te quiero mucho.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Yo también, tonto. Más ahora que estás en la tele —y largó
una carcajada.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio corrió a la ventana y miró hacia la calle. Nadie la
había oído. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Llevá los platos a la cocina, Celi, por favor. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
En el televisor las noticias pasaron a otro tema, ya no
hablaban de los bailarines habilitados. Julio vio a su hermana enfilar la silla
hacia a la cocina. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">en estado crítico, </span></i>se repitió.<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> </i>Ya había oído él, esa misma mañana, la
propaganda gubernamental. La había oído como siempre, sin prestarle atención.
Los parlantes callejeros parecían aumentar el volumen a medida que pasaban los
meses, y ya nadie se detenía a escucharlos. Pero las palabras se les grababan en
la memoria. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Seis años atrás habían empezado aquellos comunicados, y
nunca se detendrían. Día tras día advertían a la población que el exceso de
salinidad bla bla bla. Pero hacía unas semanas, Julio no podía recordar desde
cuándo, los comunicados insinuaban que una sola gota más de sal tendría
consecuencias irreparables. Exageraban. Querían impresionarnos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Observó a Celina: su cuerpo achicado, la silla le quedaba
grande. La vio acomodar los platos, cubiertos y vasos en el lavavajillas. A
pesar de su deterioro, ella no perdía la fuerza de los brazos. Parecía que toda
la vitalidad que le faltaba en las piernas había pasado a los brazos. Ella se
levantaba y se acostaba sin ayuda, iba al baño sola, hasta se bañaba sola. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pobre Celi, se dijo, siempre encerrada. Si pudiera
ayudarla… Se le ocurrió que tal vez podría hacer algo: ir introduciéndola de a
poco en el mundo moderno.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Sabés —dijo—, las dulcificadoras de agua ya ocupan hasta
el último centímetro en todas las playas del planeta?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—No entiendo, ¿de qué hablás?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Prestá atención, Celi. Lo que voy a decirte es muy
importante. Los barcos de las dulcificadoras navegan sin descanso, ¿sabés?
Millones de ellos recogen la sal de los océanos. Sal que luego envían a una
estación espacial. Y de ahí va a otra galaxia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Julio, ¿vos te sentís bien?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Acaso no te das cuenta, Celina? ¿Cuánto hace que cocinás
sin sal?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Es que vos no la comprás. Yo te anoto en el pedido y vos
siempre te olvidás, Julio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Más de la mitad de la humanidad trabajaba ahora en
“mantener soso el planeta”. Enterate.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¡Basta, por favor! No sé lo qué querés decir. Me das
miedo. Basta.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Unos minutos después, ella volvió a la mesa trayendo en el
regazo una bandeja con dos pocillos y una azucarera.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Bebieron el café sin mirarse.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Voy a salir —dijo él.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Que no se te haga tarde para el trabajo. Mirá que el
camión recolector pasa a buscarte a las…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio pensó que tal vez fuera mejor dejarla vivir en la
ignorancia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Hacía frío. Andaba poca gente por la calle. Una ráfaga lo
despeinó. Él se cubrió los ojos con la palma de la mano hasta que logró ponerse
a resguardo. El gobierno recomendaba a los pobladores no exponerse al viento.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Cuando la corriente amainó un poco, Julio retomó su camino.
Se detuvo ante un cartel: <i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span style="font-variant: small-caps;">Terapia obligatoria de la risa</span></i>, leyó</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Volvió a pensar en su hermana. ¿Y si ella tenía razón y él
había sido antes un recolector de residuos? Por qué no. ¿Y si, así como él
había cambiado de oficio, todo el mundo trabajaba ahora en algo que jamás
hubiese imaginado?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Hoy estoy pensando estupideces, se dijo. Debía ser el
cansancio, algunos días se cansaba mucho. La terapia obligatoria de la risa lo
cansaba, lo aburría. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Subió los dos escalones que lo separaban de la puerta.
Golpeó suavemente. Cuando oyó la chicharra, entró.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Cinco personas, ya ubicadas en la sala de espera, miraban
atentamente el reloj digital de pared encima de la puerta del reidero, junto al
indicador de períodos de terapia: los números verdes los señalaban la
actividad; los rojos, los intervalos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Había ahí un gordo, muy gordo. Julio se preguntó cómo había
pasado por la puerta de entrada. También le llamó la atención una vieja
centenaria; no creía haber visto nunca a una persona tan arrugada. Aunque,
pensó, no debo confiar en mis recuerdos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El reloj indicaba que faltaban dos minutos para que el
grupo anterior saliera. Después entrarían ellos. Tendrían ahí sus ocho minutos
diarios de risa. Más tarde se iría cada uno por su lado, a sus respectivos
trabajos, y tal vez jamás volverían a cruzarse.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Dos minutos —dijo la vieja. Parecía ansiosa, como si fuese
su primera vez. O la última—. Para mí que esto es puro verso —siguió—. Para mí
que dicen lo de la sal para atemorizarnos. Habría que desafiarlos, salir a la
calle un día de viento y mantener los ojos abiertos hasta que las lágrimas
empiecen a salir. Total, quién puede culparnos. Habría que culpar al viento en
todo caso.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Yo no probaría —dijo el gordo—. Por las dudas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El recepcionista les hizo un ademán para que se callaran.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Sonó la chicharra de la puerta de calle. Enseguida entró
una chica menuda, de pelo lacio y castaño hasta la mitad de la espalda. Llevaba
un tapado entallado de color rojo y zapatos negros de taco fino. Impecable.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
¡Qué linda es!, pensó Julio. Si entramos juntos al reidero,
a lo mejor podría…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pero el cupo se había completado con él. La chica entraría
en el siguiente turno.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Volvió a mirarla, tratando de que los demás no lo
advirtieran.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Era más linda de lo que pensaba. Me gustaría invitarla a
tomar un café, se dijo. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Justo en ese momento sonó la señal: un timbre agudo que
nacía en el indicador de períodos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El grupo que había entrado a reírse ocho minutos atrás,
salió.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 333.0pt; text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¿Por qué? —oyó Julio que decía la chica,
mientras esperaban a que el personal de orden dejase las instalaciones limpias
para ellos—. ¿Por qué son sólo ocho minutos? ¿Por qué ocho y no diez, o cinco?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El gordo avanzaba arrastrando los pies hacia la puerta del
reidero, pero se detuvo y, sosteniéndose contra una columna, dijo:</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Porque la risa siempre termina en llanto, señorita.
Expertos en risa realizaron un profundo estudio, convocaron especialmente a
millones de personas. Dicen que a los nueve minutos, la mayoría de los humanos,
deja de reírse y empieza a llorar. Por eso la terapia dura ocho minutos, para
dejar un margen.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Un margen —repitió ella.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio esperaba que dijera algo más, era tan suave su voz. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pero ya se separaban, él se encaminaba a una de las cabinas
del reidero. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Se ubicó en el asiento, ajustó el cinturón de seguridad y
se calzó el casco.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Las imágenes empezaron a sucederse y él se rió tanto que le
dolió la boca del estómago.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pero, al sacarse el casco, notó que algo distinto había
sucedido ahí adentro, como si el monstruo de su propia risa hubiese succionado
una parte importante de su vida. O como si ya viniera haciéndolo y recién ahora
se le manifestaba el resultado.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Debía ver a la chica. Debía aprovechar el poco tiempo que
quedaba entre un turno de terapia y otro.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Salió de su cabina sin mirar a nadie, tropezó con la vieja
que caminaba a paso de tortuga. Y logró acercarse a la chica. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Soy Julio —se presentó—. Ex recolector de residuos.
Actualmente trabajo como profesor de danzas moderadoras.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
La chica lo miró.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio notó que el recepcionista había clavado los ojos en
ellos. Esperaba que ella le preguntase dónde dictaba las clases de danza que,
si bien no eran obligatorias como las de la risa, se sugería a la población que
tomase al menos una o dos por semana, para suavizar el carácter y, una vez con
sus familias, socializarse con alegría. Pero, por qué le había dicho lo de ex
recolector: ella tendría una mala imagen de él, como de un idiota. Sí, un
idiota.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El recepcionista se le acercó, amenazante. La chicharra de
la puerta lo obligó a retornar a su sitio, detrás del escritorio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Entraron otras dos personas a la sala de espera. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Voy a memorizar sus gestos, se dijo Julio, como para pensar
en otra cosa. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Después de todo, tenía ahí una buena oportunidad de
observar las caras de los otros. Podría averiguar si ocho minutos de intensa
risa modificaban algo o no.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El timbre del indicador de períodos soltó un nuevo
chirrido<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>y todos se levantaron de sus
asientos. Julio siguió con la mirada a la chica de rojo hasta una de las
cabinas. La puerta se cerró.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
No importa, pensó, la veré a la salida. Y mucho más
simpática, seguro. Después de un buen taller de risa, hasta el más serio
cambiaba de humor, lo decía la propaganda callejera. Y debía de ser cierto:
cuántas veces él se había despertado angustiado, triste, hasta con ganas de
llorar. Pero con ocho minutos de risa, todo se dulcificaba. Para eso se habían
creado las clínicas de la risa —nadie podía reírse afuera, ni en la calle ni en
sus casas—, sólo en los locales habilitados, controlados por un coordinador
experto. Sólo ocho minutos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Ahora le volvía la angustia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Intentó comentárselo al recepcionista.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Todo lo contrario, señor…</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Julio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Señor Julio, ustedes… —el recepcionista buscó una hoja en
su cuaderno y leyó—: “Ustedes adquieren vida a causa de la risa.”</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Una vez en la calle, Julio volvió a pensar en chica de
rojo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
La esperó.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
La gente empezó a salir. Él quiso concentrarse en los
gestos pero no pudo. Necesitaba ubicar a la chica.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Notó que todos se movían con prisa. Con una urgencia
extrema, pensó. Como en las películas mudas de Chaplin. ¿De dónde le venía
aquel recuerdo?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Una mujer vestida de rojo —él creyó que era <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ella</i>— se llevó la mano a la garganta,
como si le faltase el aire.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Segundos después, los “alumnos” de la risa, se disipaban
apresuradamente. Huían de ahí sin notar la presencia de los demás.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pero la chica no aparecía.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Entonces, él empezó a caminar, despacio, hacia su clase de
danzas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Un grupo de mujeres se había juntado en la esquina. Julio
se detuvo a pocos metros, donde no pudieran verlo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Oyó que susurraban. Se asomó un poco, todas cargaban con
una caja. Él conocía aquellas cajas: cajas chisteras de magos. Las había visto
en la tele. El gobierno las repartía para que las viudas se las llevasen a los
muertos.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Una de las mujeres se veía muy nerviosa. Julio se acomodó
para verle mejor la cara: la pobre no aguantaba la risa.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Vamos —dijo otra—, antes de que cierren el cementerio.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 175.5pt; text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El viento había calmado, pero hacía mucho
frío. Julio se sintió aún más cansado que antes. Y aquella angustia de cuando
salió del reidero, no disminuía. La terapia de la risa le había dejado una
sensación horrible.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pensó en la chica de rojo, se le ocurrió que estaba tan
sola como él. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Mañana voy a volver a la terapia a la misma hora, decidió.
Sabía que sería inútil: al día siguiente, ella haría su rutina en otro horario,
y él también. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Los cambios de rutinas, una buena forma que habían
encontrado los dirigentes para evitar relaciones entre desconocidos. “Si no
desarrollan relaciones ocasionales, las personas mantienen sus emociones
controladas”, decían. Y, desde que la población era controlada hombre a hombre,
los que no tenían pareja, se casaban con primos, tíos, hasta entre hermanos.
Eso sí estaba permitido. Pocos se arriesgaban a acercarse a un extraño en los
talleres o en la calle. Sólo los audaces, los que no temían al escuadrón
armado.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio necesitaba conocer a alguien, probar como era él en
una relación de pareja. Porque vivir con su hermana no estaba mal, pero él
necesitaba otras cosas. Cómo le gustaría compartir su cariño por Celina con
alguien más. Y tener hijos, darle a Celina la alegría de ser tía.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Celina viviría encerrada en el departamento para siempre.
Para siempre. Él era el responsable de su encierro. ¿Por qué la había dejado
así? Pero si yo no podía hacer otra cosa, se justificó. Si la hubiese acercado
al programa de reempadronamiento, la habrían… Le ardieron los ojos. No. Dios
mío, no, pensó. No debía llorar, las lágrimas contienen sodio y potasio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Hizo una mueca de risa, que ocultó tras la solapa del saco.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Miró a su alrededor. Se dio cuenta de que no había caminado
más de media cuadra desde el reidero. Giró sobre los talones, como en un paso
de baile, abriendo los brazos para mantener el equilibrio, y… la vio.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
La chica de rojo lo seguía. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Caminaron a la par, sin mirarse. Tampoco hablaron, los
parlantes callejeros contenían micrófonos, todo el mundo lo sabía. Otra buena
forma de evitar que la gente se relacionase en la calle. Pero ellos no
necesitaban de las palabras. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio sacó del bolsillo un pequeño anotador con un lápiz
colgando del espiral plástico. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Campana
1054, Planta Baja G, el departamento que da a la calle</i>, escribió. Apartó la
hoja para arrancarla, pero temió que los sensores auditivos tomasen el rasguido
del papel. Le entregó a ella el anotador. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Se separaron.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Julia —dijo ella —. Me llamo Julia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio no terminaba de creerlo: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ella</i>, en su departamento. Además, se llamaba igual que él.
Increíble.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julia se sacó el tapado rojo, lo apoyó en el brazo del
sillón y se sentó.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Mi hermana duerme —se apuró a decir él, dispuesto a
contarle todo a Julia.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Pero ella asintió, y él pensó que tal vez era mejor no
hablar se Celina.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Quería decirle algo más a Julia. Algo divertido. Que ella
se hubiese expuesto para verlo lo alegraba, sí. Pero tenía un nudo en la
garganta.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julia parecía darse cuenta. O sería que sentía lo mismo que
él. De golpe la vio fruncir los labios, los ojos se le volvían brillosos. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—No vayas a llorar —le dijo.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Se acercaron y se abrazaron y se besaron en silencio. <span style="font-family: "TimesNewRomanPSMT","serif"; mso-bidi-font-family: TimesNewRomanPSMT; mso-bidi-language: EN-US;">La vio taparse la cara sonriente con la mano,
desparramar el maquillaje.</span></div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 238.5pt; text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Así, era aún más hermosa.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 238.5pt; text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Volvieron a abrazarse, con familiaridad
ahora. La cabeza de ella sobre su pecho, tan liviana.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio volvió a advertir ardor en los lagrimales. Y un hilo
tibio recorrió el contorno inferior de sus ojos, bajó por los suecos de las
arrugas y se perdió en su cuello.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Un estruendo: el escuadrón armado, irrumpiendo desde la
calle, acababa de franquear la puerta de su departamento.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julia manoteó el tapado rojo y logró ponérselo. Él no pudo
desplazarse ni un milímetro de donde estaba: media docena de fusiles apuntaban
a su cabeza.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
De golpe los uniformados se separaron de él y, dividiéndose
en dos filas, formaron un pasillo hasta la abertura de la puerta.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El jefe del escuadrón —por la cantidad de condecoraciones,
Julio no tuvo dudas—, marchó a paso firme hacia él.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¡No lágrimas! —le ordenó, rozándole la cara con una espada
o sable.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
A Julio le dolieron las mejillas, las mandíbulas.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Vio que los uniformados se iban de su casa, llevándose por
la fuerza a una mujer de tapado rojo.</div>
<div class="MsoNormal" style="tab-stops: 347.35pt; text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
¡Cómo le dolían las mejillas!<span style="mso-tab-count: 1;"> </span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Necesitaba verse, curarse.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Lentamente se levantó del sillón y fue al baño. El espejo
le mostró una mueca de labios estirados. Tan expuestos quedaban sus dientes:
feos y amarillentos. Debía cubrirlos. Se llevó la mano a la comisura del labio.
Le costó agarrar el músculo, parecía replegado, como si los tendones se
hubiesen contraído. Era una mueca de risa, no había dudas. Pero su cara no
parecía alegre. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—¡Julio! —oyó desde el baño. Era Celina—. Dejaste la puerta
de calle abierta, Julio. Tenés que ser más cuidadoso. ¡Mirá, el viento mi hizo
llorar!</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
¿Llorar?</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Corrió junto a su hermana. Pasó las yemas de los dedos por
la cara de ella. Y después, haciendo un gran esfuerzo, logró sacar la lengua
por entre la sonrisa dolorosa, y se lamió el dedo. Sal. El gusto de la sal, tan
sabroso… </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Se lo dio a probar a Celina. En cualquier momento llegaría
el escuadrón.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Esperó.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Nada.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
No pueden detectar sus lágrimas, concluyó al cabo de un
rato, porque ella no figura en los padrones.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Se sentó en la falda muerta de su hermana y se abrazaron
con fuerza, y ella lloró como una nena chiquita y siguió llorando hasta
quedarse dormida. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Julio no se movió por no despertarla.</div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
El sol de la mañana le daba de lleno en la cara. Julio se
incorporó despacio. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
—Voy a hacer el desayuno —le dijo Celina. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
Él fue a prepararse. En un par de horas debía marcar
tarjeta en el instituto de danzas modificadoras. </div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify; text-indent: 13.5pt; text-justify: inter-ideograph;">
A la vuelta, le diría a Celina que le mostrase fotos de la
familia </div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
Acerca de la autora:</div>
<div class="MsoNormal">
<a href="http://biosdelosblogsh.blogspot.com.ar/2010/11/claudia-cortalezzi.html">Claudia Cortalezzi </a></div>
<div class="MsoNormal">
<br /></div>
<div class="MsoNormal">
"Ocho minutos" fue publicado en la revista <i>Próxina</i> nº 12.</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7074534807495938293.post-36128403197222582562012-07-23T15:18:00.000-07:002012-07-23T15:18:09.687-07:00Sueños robados - Sergio Gaut vel Hartman<br />Una cosa es despertarse y no poder recordar lo que se acaba de soñar y otra muy distinta saber que te han robado el sueño que acabas de soñar, tu sueño. Porque nadie va a negar que los sueños son de los que los sueñan, ¿verdad? Esto no tiene nada que ver con comunismo y capitalismo, propiedad de latifundios y reforma agraria. Los sueños son de quien los sueña, y los que los roban son ladrones, punto, no hay excusas. Son tipos de la peor calaña porque te roban lo que se supone que nadie te debería poder robar. ¿Quiénes son los ladrones de sueños? ¿Para qué los quieren? ¡Si lo supiera!<br /><br /><br />Me metí bajo la ducha refunfuñando y dejé que el vino corriera por mi cuerpo. Nada como la caricia del borgoña para limpiar la bronca. Algunos prefieren el cabernet, pero a mí me resulta áspero, demasiado seco. Permanecí debajo del vino unos quince minutos y salí chorreando. Las luces del antro estaban apagadas, por lo que esperé tiritando en la oscuridad que llegaran las lenguas y me secaran. ¡Malditos depredadores! No podía apartar mis pensamientos de esos hijos de puta. ¿Qué sueño me habrían robado? Vinieron a mi mente las imágenes de una calle estrecha, flanqueada por edificios altos con las ventanas cerradas, pero ese era un viejo sueño que yo paladeaba con frecuencia, tal vez un sueño recurrente, que había sido soñado tantas veces que ya tenía los bordes ajados y carcomidos. Seguía siendo un sueño magnífico, aristocrático, pero antiguo, y sin lugar a dudas no era el sueño que me habían robado.<br />Las lenguas hicieron su trabajo. Suaves como terciopelo y lentas como orugas, recorrieron mi cuerpo catando cada gota de borgoña. Pensando en mi sueño hurtado, ni siquiera advertí que ya estaba seco, y habría permanecido de pie durante muchas horas, absorto y desnudo en la oscuridad, si no hubiera aparecido mi fiel amiga Miranda para recordarme que era hora de oficiar el servicio.<br />—El servicio —repetí estúpidamente.<br />—¿Qué sueño degustarán tus fieles esta noche? —dijo Miranda, más sonriente que nunca.<br />—¿Sueño? —Sólo entonces advertí la enormidad de la tragedia que me había tocado en suerte. Sin un sueño propio y flamante que transmitir a los fieles, debería recurrir a los sueños del pasado, a sueños ajenos, a sueños prestados. ¿Sueños robados? ¿Existe un mercado secundario que se nutre de sueños robados? El que le roba a un ladrón merece mil años de perdón. Pero yo nunca había salido a robar sueños o a comprar sueños robados; no sabía entonces —y no lo sé ahora— cual es el procedimiento que permite meterse en la mente del soñador y depredar las imágenes oníricas.<br />—¿Qué ocurre? —La sonrisa desapareció del rostro de Miranda. Fue como si una tormenta hubiera provocado el hundimiento de la nave que transportaba a todos tus seres queridos y te dieran la noticia el día de tu boda, unos minutos antes de la ceremonia.<br />—No tengo mi sueño de hoy, amor; me lo robaron.<br />Miranda palideció. —¿Robaron tu sueño? ¿Cómo es posible?<br />—¡No lo sé! —Estaba desesperado, pero no lo estuve por mucho tiempo: la desesperación huyó de mi cuerpo despavorida, fiel a su estilo y mi desnudez se multiplicó. Desnudo y calmo, ayuno de desesperación y borgoña, enfrenté a Miranda y la besé. Ella, obediente del ritual, mordió mis labios, bebió la sangre y comió la carne.<br />El agua ya hervía en una hermosísima olla de titanio puesta al fuego por Leiber, el hombre eléctrico. Leiber llegó montado en un rayo, hace siglos, y jamás se ha ido de nuestro lado. Sobre la mesa de la sala, un cuchillo recién afilado respiraba inquieto: era la primera vez en su vida que iba a degollar a alguien, y del horno salía un desagradable olor a chuleta carbonizada. Vida de hogar.<br />Luego de que Miranda escupió mis labios dentro de la olla, echamos puñados de sal y esperamos el paso del tren de las siete. En el tren de las siete llegan viajeros perfectos, mansos e inocentes, ignorantes del destino que les espera y, justamente por eso, felices como almejas. Leiber pasó echando chispas azules y arreando a las lenguas, ebrias, por supuesto, pobrecitas. El tren, en cambio, llegó a horario. Reprimí los deseos de hacer el amor con Miranda en ese mismo momento y me concentré en mi tarea.<br /> —Ese —señaló Miranda.<br />—No —repliqué—, esa.<br />—Misógino.<br />—Perdonavidas.<br />Negociamos. Un niño rubio y fino estaba bien para los dos. El cuchillo se alzó en el aire; sudaba como un luchador de sumo. Pero no falló.<br />—Ojos azules, qué bonitos —dijo Miranda.<br />Me encogí de hombros. No estaba de humor para percibir delicadezas y refinamientos. El robo de mi sueño era una llaga abierta que quemaba y aún no había decidido qué mentira contarles a mis fieles, que ficción urdir y hacerles creer que era un sueño. ¿Se lo tragarían? Si sólo uno de ellos descubriera el engaño todo el sistema se desmoronaría. Se lo dije a Miranda y ella me comprendió, como siempre; no es mi amante desde hace siglos por pura casualidad. Los ojos se unieron a los labios, rojos de sangre y blancos de saliva, y una criatura de piel violeta trepó por el borde de la olla.<br />—A sus órdenes, amo —dijo.<br />—De eso, nada —repliqué—. Soy el jefe, pero aquí todo es democrático. Te encargarás de la biblioteca. Intuyo que tendrás mucho ojo para los temas históricos. Estamos tratando de documentarnos sobre un encuentro furtivo entre Ana Comnena, la hija de Alexis, emperador de Bizancio, y el rudo normando Bohemundo. Tiene que haber sucedido en los aposentos del palacio de los Manganos, el 10 de abril de 1097.<br />El monstruo generado en la olla no se inmutó. —¿Tienen máquina?<br />—¿Máquina del tiempo?<br />—Sí, bobo; no iba a ser una máquina Overlock de refilar pantalones.<br />—No tenemos máquina del tiempo.<br />—Entonces no será sencillo. —El ser se rascó el párpado con un dedo largo y fino como una pata de araña. Miranda le dio la espalda; le producían un fastidio insuperable los que interponían excusas para no llevar a cabo las tareas encomendadas con la eficacia que se esperaba de ellos.<br />—No me importa —dije, cortando la objeción con una mano. La objeción, herida, reptó por los rincones y fue a morir a la salida de la cueva del conejo Porcayo. Pero Porcayo estaba de vacaciones en México, visitando a sus familiares, por lo que no salió a rematarla.<br />—Maestro, amigo, amante —dijo Miranda, regresando de su furia tan sedada como si hubiera comido guiso de capullos—. El tiempo se acaba.<br />—No se acaba. —Saqué un puñado de tiempo del bolsillo y ganamos dos o tres horas que me iban a servir para resolver el tema de la falta del sueño.<br />Miranda sonrió. —Siempre tan ocurrente.<br />—Tengo el sueño —dijo el monstruo de la olla.<br />—¿Qué sueño? —Si era cierto, la combinación había dado a luz a un genio. Tendría que usar más niños del tren de las siete y combinarlos con otras partes de mi cuerpo. Nada más puro y efectivo que el agua hirviendo. Miranda captó la idea y se relamió: le tiene echado el ojo a una parte de mi cuerpo en especial; pero yo no soy ningún tonto y sé que el día que ella se aficione a esa parte la perderé como amiga y asistente y tendremos que limitarnos a ser amantes.<br />—El sueño que le robaron los depredadores —dijo el monstruo de la olla. Y me mostró un sueño todo chamuscado, gris y blanco—. ¿Es éste o no?<br />—¿Cómo puedo saberlo? Me lo robaron antes de despertar. Nunca lo vi. Podrías engañarme con suma facilidad —concluí, receloso.<br />—Soy incapaz de hacer algo así —dijo el monstruo—. Soy una mezcla impura de elementos puros. ¿Usted no es alquimista acaso?<br />—Veamos ese sueño —dije sin molestarme en devolverlo a la olla. El monstruo era un confianzudo, pero si de verdad había recuperado mi sueño tendría que recompensarlo. En ese momento, como un ramalazo, me llegó una imagen poderosa, posiblemente una profecía: el monstruo se llevaba a Miranda y juntos, en el lejano este, procreaban una estirpe de seres fungiformes, híbridos y pervertidos como curas católicos. Expulsé la profecía de mi mente y me concentré en el sueño.<br />Los ladrones no lo habían tocado. Por alguna razón que ignoraba entonces e ignoro ahora, el sueño estaba intacto. Y casi de inmediato supe lo que tenía que saber con certeza absoluta: era mi sueño.<br />—No fue fácil —dijo el monstruo de la olla—; parece que los ladrones habitan el reverso del muro, ocultos en repliegues y recovecos sombríos, repartidos en agujeros que simulan ser enigmas indescifrables.<br />—Parecer no es lo mismo que ser —refuté—. Y si poseían el poder y la sabiduría para destruirlo, pero no lo hicieron, significa que una fuerza formidable les ata las manos. Eso es peligroso hasta para mí. —Empecé a temer a esa fuerza invisible y mi sueño se convirtió en algo secundario, sin importancia. Para mí, claro, no para Miranda.<br />—¡Está intacto! —exclamó la muchacha. Alzó los brazos y los lienzos que la cubrían cayeron al suelo, por lo que quedó totalmente desnuda. En otras circunstancias me habría arrojado sobre ella, pero no lo hice porque comprendí la importancia de ese sueño en particular; no por nada me lo habían robado. Miranda notó que la situación se tornaba precaria, y para remediarla se puso un gabán tan holgado que en él podrían haber vivido dos familias.<br />—¡No supieron cómo operarlo! —dije, extrañado—. ¿Qué clase de depredadores son estos que sucumben ante un simple sueño? Operar el sueño que se ha obtenido es lo primero que todos quieren y lo primero que todos hacen. ¡Qué no darían mis fieles por extender las zarpas y posarlas sobre uno como éste, pobrecitos!<br />Leiber apareció desde el otro lado del muro de sombras. Después de todo no había sido tan difícil hallarlo. Siempre había estado a dos pasos de distancia. Todavía titilaban vestigios de luz y de sombra entre sus chispas, como el resabio de una vieja película muda.<br />—¡Imbécil! Sabías que mi sueño estaba allí y no me dijiste nada.<br />—¿Leiber habla? —dijo el monstruo.<br />—¡Por supuesto que no! —repliqué—, pero podría haberme escrito un mensaje electrónico o una simple carta, de las que se mandan por correo.<br />—¿Adónde habría conseguido estampillas?<br />Me saqué un zapato y se lo arrojé al monstruo. Él, por supuesto, lo esquivó con facilidad. Más tarde supe que se convirtió en un gran filatelista, el mayor coleccionista de sellos de colonias inglesas después del ingeniero Dellepiane. (Nunca olvidaré los tigres malayos: Perlis, Selangor, Sabah, Sarawak, Johor, Kedah, Negeri Sembilan, Pehang, Perak; ¡qué sellos tan bellos!)<br />—Maestro, basta de distracciones —dijo Miranda desde algún sitio en las profundidades del gabán—. Está gastando el tiempo que le queda.<br />—Tengo más. —Pero tras revisar todos los bolsillos de mi cuerpo supe que no había tiempo extra. Y mis fieles ya se habían congregado en la nave central, ansiosos y turbulentos—. No me queda más tiempo —admití.<br />Lo peor del caso es que hubiera necesitado ese tiempo para revisar mi sueño y por lo tanto no habría más remedio que presentarlo como estaba; confiaría en que no advirtieran el desgaste. Alcé la vista hacia la luz que se filtraba por la ventana y bebí un largo trago de silencio. Satisfecho, me calcé la piel ritual y sentí cómo devoraba hasta el chaleco de casimir inglés de mi traje de tres piezas y se ajustaba a mi cuerpo escamoso. Di dos pesados pasos para alcanzar la puerta que comunicaba mis habitaciones privadas con la gran sala en la que ya estaban reunidos mis fieles, corrí la cortina y los observé: inocentes como ovejas, mansos como jilgueros, impotentes como peces. Entrechoqué las garras con deleite, ante la mirada atónita del monstruo de ojos azules de la olla de titanio. Di otros cuatro pasos y avancé hacia el púlpito. Un murmullo de sumisión inundó el recinto. Abrí las fauces y escupí mi sueño. El veneno que contenía se esparció por el aire y los paralizó. Pensé una vez más en Miranda, en la ferocidad con la que la poseería luego de saciarme, y avancé hacia la manada absorta.<br />—¡Alabado sea el señor! —fueron sus últimas palabras.<br />Caminé entre las apretadas filas de cuerpos húmedos y tibios y luego de prolongar el placer de la espera durante varios minutos, elegí a mis víctimas con esmero. Nunca como menos de tres, pero ese día estaba eufórico y seleccioné cinco. Miranda sonrió y Leiber los arrastró hasta la olla sin dificultad. ¡Qué fuerte es, por Dios!Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7074534807495938293.post-86825282111512899522012-07-23T15:09:00.002-07:002012-07-23T15:09:33.471-07:00El aprendiz – Héctor Ranea<br />
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
<br /></div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Cierto
día, el señor Xiu Xhi Xzu se sintió molesto consigo mismo. No es
que la molestia le hubiese venido como viene una enfermedad, con un
síntoma de dolor o malestar intenso, preciso, localizado o como un
accidente que ocurre cuando algo cae desde la azotea de un vecino o
vuela un parasol impulsado por una corriente de aire ascendente en la
playa, más bien le vino de a poco, como una marea de sensaciones
cada vez más molestas o como el silencio que viene en las grandes
ciudades, que nunca tiene final ni comienzo abrupto. Eso es, tuvo una
sensación crepuscular de molestia consigo mismo. ¿Queda claro que
no fue una epifanía? Fue sencillo, de consecuencias enormes para él,
dada su condición, pero simple como la flor de cerezo que ensayaba
dibujar todas las tardes y evitaba hacerlo todos los siguientes días.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Sacó
cuentas y, dada la soledad en la que vivía (o transcurría) cuando
no trabajaba, era factible ir a una de esas instituciones especiales
de entrenamiento para generación de aptitudes. De hecho, en el subte
había visto varias veces avisos sobre una en particular que
anunciaba que podía, por su condición, ser becado o al menos podría
solicitar un crédito de estudio.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Estos
créditos de estudio eran un verdadero dolor de cabeza aunque,
llegado el caso, era mejor que quedarse sin hacer otra cosa que este
trabajo de porquería y de cuatro a la hora. Él quería llegar a
bastante más y, aunque sus probabilidades eran escasas, formar una
familia. Después de todo no tenía que sentirse limitado por nada.
Lo había dicho el Presidente, o al menos él había entendido que
así sería.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Tal
vez desde que escuchó ese discurso, inflamado de palabras tan
severas, emotivas, llenas de orgullo genuino, él comenzó a sentir
ese malestar que lo empujaba a ser más, a tener otras habilidades.
¿Cómo no lo había pensado antes? Sólo eso lo convenció de que
aquel hombre era un Presidente importante. Estaba diciendo algo que
todos debieron decir desde antes, pero no lo habían dicho. Todo eso
pensaba Xiu Xhi Xzu mientras viajaba y por cierto, tenía un viaje
largo.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Su
trabajo ni era cómodo, ni se desarrollaba en un lugar cómodo, a
menos que uno tuviera su propio método de locomoción. Pero de
nuevo, si lo tuviera, seguramente no tendría ese trabajo. De hecho,
todos los que trabajaban ahí viajaban en alguno de los sistemas de
naves, de subtes o, como lo hacía él, en buses gigantescos y
subterráneos, bastante parecidos a trenes.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
El
lugar donde trabajaba era inmenso y, paradójico o no, muy
silencioso. Era uno de los orgullos de los constructores de esa
planta; habían llevado a varios ciegos a cien metros de los
edificios periféricos y éstos no notaron ruido alguno. Por
contrapartida, allí nadie hablaba con nadie, nadie reía, nadie
lloraba, nadie se quejaba. Era una inmensa máquina en la que los
obreros mutaban sin chistar toda vez que tomaban su turno.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Algunos
de los que trabajaban ahí cumplían tareas más interesantes que él.
Por eso Xiu Xhi quería progresar. Era cuestión de ahorrar para
comprar algunos elementos importantes y aprender. Él tenía que
aprender. ¿Aprendería? Apenas sabía lo que era aprender. Había
pasado mucho tiempo desde la última vez que aprendió algo y eso fue
destapar cañerías de cloacas. ¿Le darían permiso para aprender?
En cierta forma se lo había ganado, era infaltable. No había
condición en que pudiera faltar. No importaba si llovía, si hacía
un calor de tostadora, si la nieve obturaba hasta los respiraderos de
la fábrica, o si el polvo del tórrido verano atestaba las narinas y
las dejaba sofocadas, él siempre llegaba al trabajo, pero además de
llegar, era puntual. Puntualísimo. Un reloj atómico hubiera sido
impreciso. Sabía cuándo tenía que salir para llegar a tiempo en
cada condición climática. Por eso, el día antes planeaba su viaje
cuidadosamente, para no fallar, no llegar tarde, no tener
inconvenientes con accidentes de ningún tipo.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Dormía
poco pero bien. Tenía carga todo el día gracias a esas pocas horas
de descanso y, con el trabajo que tenía por delante, a veces
terminaba exhausto. Pero el viaje de regreso y el descanso
subsiguiente, con una buena alimentación, hacían milagros para el
día después. Además, desde la eliminación de los domingos y los
descansos, él trabajaba aún mejor que antes. Le tocaba limpiar a
fondo los noventa baños de los treinta pisos del sector C de la
séptima torre de la compañía, en dos semanas terminaba el ciclo y
cuando los recomenzaba se notaba que el personal de mantenimiento
había realizado una tarea aproximativa, de mero lavado de cara. Él
tenía que dejar impecables los aparatos, el piso, las bocas de aire
y, sobre todo, los mingitorios, que eran los que la compañía
valoraba más como focos de posibles infecciones. Sólo un
especialista como Xiu Xhi podía dejar estos artefactos con el nivel
de sanidad imprescindible. Más que eso, era siempre felicitado por
su actividad impecable. De eso sí podría hablar si quisiera, de los
mingitorios. Tenía para horas si lo entrevistaran los de personal.
Horas. Sabía de las formas de orinar como nadie entre los cientos de
empleados de limpieza, de los generentes, los que atendían al
público. Era un experto en la operación de extraer el miembro y
mear contra la loza. Podríamos describir su sapiencia señalando la
Enciclopedia Británica si no fuera porque Google, como dice un
amigo, se la devoró.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Había
comenzado limpiando los vidrios de los ventanales de la torre J desde
el piso 900 al 907. El ciclo completo le llevaba más de tres meses,
pero todos querían trabajar en esas oficinas porque recibían entre
el 1 y el 2 por ciento más de luz durante el día. Algunos
restoranes querían situarse en el 905 pues de noche se veía más
lejos gracias al estado de las ventanas y eso era muy apreciado por
los clientes. Estos elogios no eran comunes, así que Xiu Xhi fue
promovido rápidamente, aunque hacía ya un tiempo que quería
moverse del sector baños pero sus jefes no querían ni hablar porque
no habían formado nadie como él, con tal prolija sensación de
pulcritud y obsesiva pasión por la higiene. Era un as que no querían
entregar al sector de comedores.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Que
sería lo que Xiu, por su parte, esperaba. Porque, pensaba, de
tocarle la limpieza de planchas de asar, ollas, cacerolas, sartenes,
hornos, utensilios podría, tal vez, aprender el oficio de cocinero.
Al menos mirándolos trabajar a ellos. Después vería de obtener los
certificados correspondientes, pero primero habría que saber lo que
marcaría la diferencia. Aparte de eso, saber siempre le había dado
reconfortables elogios. Saber de fisiología de la deposición de
excrementos le había ayudado a limpiar mejor los aparatos, pues
podía buscar suciedad donde nadie se imaginaría, de no ser que
supiera cuáles características debía suponer, conocer o incluso
intuir.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
En eso
consistía parte de su éxito. Conocer a las palomas, a la dinámica
de los vientos, al contenido de sílice de los mismos, le había
ayudado con sus puertas y ventanas. Las puertas en la casa de su
primer empleador, las ventanas en la compañía. Ningún otro
limpia-ventanas podía superarlo porque él adivinaba las
inclemencias, sabía dónde buscar suciedad y por ende cómo
limpiarla. Sabía qué hacer cuando nevaba y qué debía ser hecho si
la tormenta era de viento, a pesar de que a las alturas que él
trabajaba las nubes apenas podían rozar al edificio, ya que conocía
qué ionización producían las diferentes nubes y por ende cómo
dañaban a la superficie de cada rincón de la ventana. Porque él
era limpia-ventanas, no un limpia vidrios, como los demás, y por
ello no podía ser alcanzado en su excelencia.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
La
perplejidad acosaba a Xiu, sin embargo, pues él sabía que no había
aprendido esas cosas, estaba convencido de que habían sido
transferidas a sus manos, a su cuerpo, a su cabeza, por así decirlo,
en forma diferente al aprendizaje. Por eso tenía tantos problemas
con su nueva intención: si no había aprendido nada desde la
escuela, ¿cómo haría para aprender el oficio que a él tanto le
interesaba? Esa perplejidad no era nueva ni positiva, ya que podría
distraerlo en el momento culminante de hacer brillar una cacerola
como nunca nadie lo había hecho. De modo que, para él, este
trascendental paso era, además, bastante engorroso.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Obviamente,
comentarios como estos se conocían en los corrillos de todas las
torres de la compañía y Xiu no era inmune a los mismos, con lo cual
comenzó a maquinar que no era imposible llegar a la promoción. Pero
los Jefes de personal no querían perder semejante empleado, por lo
que hacían oídos sordos a esos rumores. Los de la cocina deberían
esperar aunque fuera ahí que quería Xiu llegar.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Él
pensaba que entre la limpieza de planchas y cacerolas, el enjuague de
sartenes y coladores de pasta, el fregado de tablas de picar
verduras, que debe diferir de las tablas de descamar pescados o de
filetear pollos y cuya limpieza requería aún más detalle que las
de tallar carne y que entre los diversos utensilios de cocina y las
tablas de picar, de descamar pescados, de aplastar ajos o preparar
curry o platillos de aperitivos, podría aprender algo del arte de
cocinar, que le era completamente desconocido. Pensaba Xiu que eso
respondería a su pregunta de si era o no capaz de aprender algo.
Después vería de certificarlo como correspondía.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Los
certificados eran esos objetos que los jefes no querían que sus
subordinados obtuvieran, sobre todo aquellos como Xiu que era tan
bueno limpiando ventanas. Pero un día la orden llegó. Un jefe
superior quería que Xiu Xhi Xzu fuese quien le limpiaría platos,
cubiertos, copas y jarras, porque había oído de sus dotes de
limpiador de mingitorios, de pulidor de ventanas y quería saber cómo
sabrían los filetes de cerdo asados en las planchas que limpiaba Xiu
o quería saber cómo sabría el vino en las copas lavadas por las
manos de Xiu. Los jefes de la sección de ventanas lloraron en la
despedida de Xiu, que sabía que nunca más regresaría.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
La
cocina era la maravilla que Xiu había entrevisto. Todo el tiempo
volando vapores, olores, cuerpos de animales muertos mutilados,
llamaradas aquí y allá, succión de aire, ventilación de hombros,
de hornos que trinaban a cada rato y él junto a otros, en las
bateas, apenas con tiempo para mirar por sobre el hombro (el
izquierdo, para más datos) y tratar de copiar cada movimiento de
cada una de las personas. Los cocineros, las cocineras, bailando una
suerte de danza muy precisa, en la que nada parecía ordenado y, sin
embargo, ningún movimiento era producto del azar. Hasta las
llamaradas de aceite quemado o agua emulsionada parecían ordenadas,
como cabelleras que, aún a merced del viento, estuvieran
meticulosamente peinadas por un autista, pelo por pelo.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Xiu,
extasiado pensaba cuándo sería él miembro de una corte similar.
Una troupe que, en lugar de representar dramas, comedias o kabuki,
representara la cocción de algo impresionante, algo realmente
conmovedor. Cien platos de pato pekinés, cien platos de carrillos de
carnero en salsa tártara, cuadriles de pavo de Malasia en costra de
vegetales horneados, cientos miles de platillos, tapas, comidas,
servicio de agua, de vino, de cervezas, de pan de Francia, de filón
toscazo, de panqueques, de carne empanada vienesa, todas esas cosas
que veía Xiu sin saber su nombre todavía porque él estaba apenas
en el primer escalón de lavadores de platos. Enjabonaba, restregaba,
enjuagaba. Y repetía cientos y cientos de veces los movimientos.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Para
la semana tenía ya tan ensayados todos esos movimientos que no sólo
los repetía en su mente mientras viajaba en el subterráneo desde la
parada Arroyo Muerto hasta Guerreros Verdes, en la otra punta de la
gran megalópolis, sino que también lo ensayaba a veces con los
instrumentos que le daban a lavar. Su celeridad, minuciosidad,
presentación y carácter durante el acto le valieron subir dos
escalones en ese territorio y pasó a tareas de gran responsabilidad,
como la de lavar los sistemas de cocción más directa, desinfectar
los cubiertos y en menos de un mes era el primer lavador oficial, con
responsabilidad sobre la pulcritud de la sala.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Eso
implicaba cuestiones importantes a tener en cuenta mientras lavaba
las cosas más riesgosas, como las hojas de las cortadoras de
verduras, los recovecos de las máquinas de moler carne, los bowls
para levantar la crema y, por si esto fuera poco, el estado de las
copas de vino (que no tuvieran marcas de usuarios anteriores, ni
manchas de sarro u otro tipo de cuestiones estéticas y de higiene
que podrían ser importantes, por ejemplo). Si bien el salario era el
mismo, Xiu lo tomaba con alegría. No tenía elección, claro. Y él
estaba convencido que, con los años, lo sumarían al equipo de
cocineros.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Entre
tanto, él trataba de observar todo y se daba cuenta de que estaba
aprendiendo. De que, en realidad, por alguna circunstancia que nadie
le había aclarado, todo su sistema de aprendizaje estaba funcionando
sin agentes externos. Para él era un descubrimiento placentero que
lo dejaba de buen humor en cuanto lo recordaba, cosa que podía
ocurrir hasta dos veces por día, si se incluía las madrugadas, que
era cuando él repasaba todo lo registrado en la cocina. Estaba
seguro de lograr ser admitido entre quienes danzaban esa suave danza
de las cocciones urgentes.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Xiu
Xhi Xzu tuvo lo que quiso. La oportunidad vino casi caminando, no
necesitó demasiada imaginación. Un furibundo mediodía de agosto,
en medio de uno de los servicios completos, el ayudante del segundo
chef se descompuso. Cayó al piso sin aviso ni atenuantes.
Simplemente se desplomó. Tuvieron que llevarlo a una sala de
emergencias en medio del ajetreo de esa colmena en medio de nieblas
de vapor, de emulsiones de aceite y llamaradas de alcohol quemándose
en sartenes infernales. No podían parar el servicio, de modo que,
sin mediar palabra alguna, el jefe lo tomó a Xiu Xhi del lugar que
ocupaba en las bachas de lavado y le puso sin preguntarle una
chaqueta limpia, le pidió que se lavara las manos con un gesto y,
mientras él lo hacía, le colocó un birrete, acomodándole el pelo
para que entrase en él. Cuando estuvo seguro de tener eso dominado,
le señaló una gran fuente con verduras de hoja a las que,
evidentemente, había que lavar. Xiu Xhi Xzu era consciente del
problema: si tardaba demasiado restrasaría todo el servicio,
practicamente y si lavaba con poco cuidado podría pasársele algún
bicho poco agradable, cosa inadmisible. Pero la observación había
hecho que Xiu conociera la técnica precisa, aunque además la mejoró
usando, justamente, la paciencia y controlando la ansiedad. Entonces
fue pulcro y, a la vez, rápido.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
El
accidentado estuvo fuera varios meses porque su salida se debió a
causas graves, de modo que, en ese tiempo, todos tuvieron su
oportunidad, especialmente Xiu Xhi. Su capacidad fue anotada por
todos los jefes y decidieron ponerlo a prueba como ayudante de
cocinero y finalmente, ayudante del segundo de cocina y éste le
permitió preparar un plato muy especial, cosa que Xiu hizo tan bien
que el chef decidiera otorgarle una beca para ser cocinero con toda
la regla. Xiu Xhi Xzu había logrado su objetivo.</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
Entró
a lo grande. Su debut como cocinero fue apoteótico. Lo aclamaron esa
vez y desde entonces, siempre. No paró hasta ser cocinero del
Presidente, nada menos. Era la primera vez en la historia que un
autómata robótico llegaba a tanto. Agigantado su ego, Xiu Xhi Xzu
se puso a buscar pareja pero grande fue su enojo cuando las
autoridades sanitarias le informaron que no podía pues no estaba
previsto el matrimonio entre androides. Se suicidó sumergiendo la
cabeza en aceite hirviendo. La explosión de sus nanocircuitos fue
leve, como había sido su vida. El Presidente se entristeció mucho
al conocer la determinación de Xiu.
</div>
<div align="JUSTIFY" style="line-height: 200%; margin-bottom: 0cm;">
—Nadie
preparaba sushi de tortilla como él<span style="font-family: Times New Roman,serif;">—</span>,
dicen que dijo.</div>Oguihttp://www.blogger.com/profile/14602607595341560184noreply@blogger.com0